La incorporación de Javier Ruiz a Mañaneros ha disparado las audiencias. El magacín de la mañana de TVE vive su mejor momento de cuota de pantalla en el final de su segunda temporada. Aunque, en realidad, Mañaneros ya sea un formato completamente diferente al que se planteó. El espacio se ha transformado en otro: un carrusel de actualidad política.. ¿Eso quiere decir que preferimos las noticias al género del magacín? No exactamente. Mañaneros nació como una luminosa revista en la que cabía todo: la distensión de una entrevista, la tertulia rosa, el debate noticioso… Así la programación cogía aire y se desengrasaba antes del Telediario, como consigue Antena 3 con Karlos Arguiñano y La Ruleta de la Suerte. Sin embargo, la fórmula no terminó de calar: faltó contenido propio y cierta rutina a la hora de estructurar la pluralidad de espacios que el programa quería abarcar. Su virtud, primero con Jaime Cantizano y después con Adela González, estaba en que el equipo arriesgaba en ideas, apostando por puestas en escena puntuales e incluso enfoques narrativos más distendidos. Pero en televisión este tipo de propuestas se cimientan desde el orden. La estabilidad permite al espectador ubicarse, pues interioriza a qué horas y qué días puede conectar con miradas al mundo que no están en otras cadenas.. Ahora, con Javier Ruiz, Mañaneros funciona bastante mejor porque logra ese requisito: la audiencia conoce lo que se va a encontrar, cuándo se lo va a encontrar y cómo se lo va a encontrar. Ruiz es reconocible. Es como un profesor dando clase e intentando explicar cómo afectan al espectador las noticias del día en su cotidianidad. La pantalla gigante del plató es su pizarra y la actualidad política no deja de dispensar materias primas qué analizar. Con la habilidad añadida de que adapta ciertos temas a enfoques de consumo que son prácticos para la audiencia.. Mañaneros 360 va al grano. Es contenido, contenido y contenido. Es lo que faltaba a la anterior versión del programa. Era difícil hallar temas propios y concretos. Hablaban de la prensa rosa y sucesos que también comentaban el resto de cadenas principales, pero sin aportar un aliciente contundente. Además, en la nueva etapa, con este prisma más político, Mañaneros mantiene en la sintonía de La 1 al tipo de espectador que siembra antes la línea de Silvia Intxaurrondo, que es el mismo target editorial y suele ser un público que rechaza, por ejemplo, la crónica rosa.. La actualidad nos marca la agenda y nunca abandona a estos formatos que viven del nervio de la información que no cesa. De hecho, todo buen magacín clásico debe tener un presentador al frente con la versatilidad para informar de una ‘última hora’ y, a la vez, jugar al entretenimiento que lo mismo te entrevista a Lola Herrera que te interpreta un sketche. Sin embargo, es más fácil el impacto de las noticias que incorporar otras ideas televisivas que requieren ingredientes que pocas veces dispone la tele en directo de hoy: elaboración, paciencia y seguridad ante los vértigos de la curva de audiencia del día después. Y todo unificado con una columna vertebral con un carisma especial que la primera vida de Mañaneros intentó pero no logró. Faltaron protagonistas que no se quedaran en la frase hecha y tomaran el pulso al país de hoy con autoría. Como hizo María Teresa Campos en sus años dorados en Pasa la vida, donde la compañía nunca se sustentaba en una improvisada conversación de ascensor o un cebo vende humos. Hasta lo más espontáneo brotaba de una jerarquía ordenada, en donde era fácil prever a qué hora se emitía cada sección y qué copresentadores o colaboradores iban a estar, casi todos con sus personalidades muy marcadas que se asociaban a ese programa.. Era una televisión que ponía el foco en centrar una historia. Había cierto fondo. Había un intento de entender a la calle. Había una premisa haciendo que pareciera fácil lo difícil con mucho trabajo, carácter y paciencia: trasladar la curiosidad del país a un plató de televisión comprendiendo que incluso la distracción es mejor si te lleva a alguna parte. Es mejor si inspira un camino que es más enriquecedor cuando no se queda atrapado en la previsibilidad de los prejuicios de las trincheras ideológicas. Vital para la credibilidad de la televisión pública, vital para no quedarse reducidos a nichos de audiencias ideologizadas, vital para el género del magacín que sobre todo crece de verdad cuando aprende de diferentes procedencias, expresividades, identidades y pensamientos. Así se llega a los grandes públicos. Porque las redes nos individualizan, pero la televisión es la congregación social que conformamos todos. Aunque se nos olvide en épocas en las que vamos allá donde nos dan la razón.
‘Mañaneros’, ahora ‘Mañaneros 360’, ha subido en audiencia con una línea más política.
La incorporación de Javier Ruiz a Mañaneros ha disparado las audiencias. El magacín de la mañana de TVE vive su mejor momento de cuota de pantalla en el final de su segunda temporada. Aunque, en realidad, Mañaneros ya sea un formato completamente diferente al que se planteó. El espacio se ha transformado en otro: un carrusel de actualidad política.. ¿Eso quiere decir que preferimos las noticias al género del magacín? No exactamente. Mañaneros nació como una luminosa revista en la que cabía todo: la distensión de una entrevista, la tertulia rosa, el debate noticioso… Así la programación cogía aire y se desengrasaba antes del Telediario, como consigue Antena 3 con Karlos Arguiñano y La Ruleta de la Suerte. Sin embargo, la fórmula no terminó de calar: faltó contenido propio y cierta rutina a la hora de estructurar la pluralidad de espacios que el programa quería abarcar. Su virtud, primero con Jaime Cantizano y después con Adela González, estaba en que el equipo arriesgaba en ideas, apostando por puestas en escena puntuales e incluso enfoques narrativos más distendidos. Pero en televisión este tipo de propuestas se cimientan desde el orden. La estabilidad permite al espectador ubicarse, pues interioriza a qué horas y qué días puede conectar con miradas al mundo que no están en otras cadenas.. Ahora, con Javier Ruiz, Mañaneros funciona bastante mejor porque logra ese requisito: la audiencia conoce lo que se va a encontrar, cuándo se lo va a encontrar y cómo se lo va a encontrar. Ruiz es reconocible. Es como un profesor dando clase e intentando explicar cómo afectan al espectador las noticias del día en su cotidianidad. La pantalla gigante del plató es su pizarra y la actualidad política no deja de dispensar materias primas qué analizar. Con la habilidad añadida de que adapta ciertos temas a enfoques de consumo que son prácticos para la audiencia.. Mañaneros 360 va al grano. Es contenido, contenido y contenido. Es lo que faltaba a la anterior versión del programa. Era difícil hallar temas propios y concretos. Hablaban de la prensa rosa y sucesos que también comentaban el resto de cadenas principales, pero sin aportar un aliciente contundente. Además, en la nueva etapa, con este prisma más político, Mañaneros mantiene en la sintonía de La 1 al tipo de espectador que siembra antes la línea de Silvia Intxaurrondo, que es el mismo target editorial y suele ser un público que rechaza, por ejemplo, la crónica rosa.. La actualidad nos marca la agenda y nunca abandona a estos formatos que viven del nervio de la información que no cesa. De hecho, todo buen magacín clásico debe tener un presentador al frente con la versatilidad para informar de una ‘última hora’ y, a la vez, jugar al entretenimiento que lo mismo te entrevista a Lola Herrera que te interpreta un sketche. Sin embargo, es más fácil el impacto de las noticias que incorporar otras ideas televisivas que requieren ingredientes que pocas veces dispone la tele en directo de hoy: elaboración, paciencia y seguridad ante los vértigos de la curva de audiencia del día después. Y todo unificado con una columna vertebral con un carisma especial que la primera vida de Mañaneros intentó pero no logró. Faltaron protagonistas que no se quedaran en la frase hecha y tomaran el pulso al país de hoy con autoría. Como hizo María Teresa Campos en sus años dorados en Pasa la vida, donde la compañía nunca se sustentaba en una improvisada conversación de ascensor o un cebo vende humos. Hasta lo más espontáneo brotaba de una jerarquía ordenada, en donde era fácil prever a qué hora se emitía cada sección y qué copresentadores o colaboradores iban a estar, casi todos con sus personalidades muy marcadas que se asociaban a ese programa.. Era una televisión que ponía el foco en centrar una historia. Había cierto fondo. Había un intento de entender a la calle. Había una premisa haciendo que pareciera fácil lo difícil con mucho trabajo, carácter y paciencia: trasladar la curiosidad del país a un plató de televisión comprendiendo que incluso la distracción es mejor si te lleva a alguna parte. Es mejor si inspira un camino que es más enriquecedor cuando no se queda atrapado en la previsibilidad de los prejuicios de las trincheras ideológicas. Vital para la credibilidad de la televisión pública, vital para no quedarse reducidos a nichos de audiencias ideologizadas, vital para el género del magacín que sobre todo crece de verdad cuando aprende de diferentes procedencias, expresividades, identidades y pensamientos. Así se llega a los grandes públicos. Porque las redes nos individualizan, pero la televisión es la congregación social que conformamos todos. Aunque se nos olvide en épocas en las que vamos allá donde nos dan la razón.
20MINUTOS.ES – Televisión