No veo la tele. Solo veo Netflix. La plataforma norteamericana ha sido maestra del marketing. Hasta nos ha hecho creer que no vemos la antigua tele, aunque Netflix cada vez se quiera parecer más a la tele de antaño. La vida circular.. Aunque hay un detalle que no cambia: siempre ha habido gentes gozando por sentirse superiores a la masa al gritar fuerte que ellos jamás ven la tele. Como mucho, los documentales de La 2. Que, a diferencia de otros programas, jamás han sintonizado. Porque, entonces, se percatarían de que hay documentales a los que solo les falta la máquina de la verdad de Conchita La Poligrafista.. La tele nunca ha requerido de buena prensa. El éxito ha avalado históricamente a este electrodoméstico que ha pasado del blanco y negro al color, del tubo catódico al led. En todo este tiempo, la forma de consumir programas y series nunca ha dejado de cambiar, pero la sociedad sigue hablando de aquello que sale por la pantalla. Sea grande, sea pequeña. Presida el salón, o esté escondida en nuestro bolsillo. La tele continúa marcándonos la conversación social. La tele se mantiene como el gran medio de masas e influencia.. Desde las redes sociales, debatimos fervientemente sobre lo que acontece en sus programas, realities y series. Invertimos horas y horas en lo que nos indigna de su emisión. A veces, nos apasionamos tanto que interiorizamos como problema de Estado lo que es un mero concurso de cantantes subidos a un efímero decorado de cartón y luz. Y, claro, acabamos sintiendo que la representante de TVE en Eurovisión, Melody, debe reunir las ejemplaridades de Clara Campoamor.. La tele nos demuestra cada día que no ha dejado de ser la reina de la distracción colectiva. La seguimos viendo aun cuando reivindicamos que no la vemos nunca. Es su victoria. Ha conseguido que hasta sus críticos más feroces no puedan subsistir sin los programas que detestan. Porque dependen de ellos para socializar, para digerir la frustración personal, para canalizar la indignación, para no afrontar desafíos reales. Para sentirse mejor consigo mismos. Para escapar de su rutina. Para entretenerse. Porque, quizá, la vida sin tele a la que reprobar es, por suerte o por desgracia, más aburrida.
La tele nos demuestra cada día que sigue marcando los temas de conversación social.
No veo la tele. Solo veo Netflix. La plataforma norteamericana ha sido maestra del marketing. Hasta nos ha hecho creer que no vemos la antigua tele, aunque Netflix cada vez se quiera parecer más a la tele de antaño. La vida circular.. Aunque hay un detalle que no cambia: siempre ha habido gentes gozando por sentirse superiores a la masa al gritar fuerte que ellos jamás ven la tele. Como mucho, los documentales de La 2. Que, a diferencia de otros programas, jamás han sintonizado. Porque, entonces, se percatarían de que hay documentales a los que solo les falta la máquina de la verdad de Conchita La Poligrafista.. La tele nunca ha requerido de buena prensa. El éxito ha avalado históricamente a este electrodoméstico que ha pasado del blanco y negro al color, del tubo catódico al led. En todo este tiempo, la forma de consumir programas y series nunca ha dejado de cambiar, pero la sociedad sigue hablando de aquello que sale por la pantalla. Sea grande, sea pequeña. Presida el salón, o esté escondida en nuestro bolsillo. La tele continúa marcándonos la conversación social. La tele se mantiene como el gran medio de masas e influencia.. Desde las redes sociales, debatimos fervientemente sobre lo que acontece en sus programas, realities y series. Invertimos horas y horas en lo que nos indigna de su emisión. A veces, nos apasionamos tanto que interiorizamos como problema de Estado lo que es un mero concurso de cantantes subidos a un efímero decorado de cartón y luz. Y, claro, acabamos sintiendo que la representante de TVE en Eurovisión, Melody, debe reunir las ejemplaridades de Clara Campoamor.. La tele nos demuestra cada día que no ha dejado de ser la reina de la distracción colectiva. La seguimos viendo aun cuando reivindicamos que no la vemos nunca. Es su victoria. Ha conseguido que hasta sus críticos más feroces no puedan subsistir sin los programas que detestan. Porque dependen de ellos para socializar, para digerir la frustración personal, para canalizar la indignación, para no afrontar desafíos reales. Para sentirse mejor consigo mismos. Para escapar de su rutina. Para entretenerse. Porque, quizá, la vida sin tele a la que reprobar es, por suerte o por desgracia, más aburrida.
20MINUTOS.ES – Televisión