Imagine el lector que presencia una agresión en la calle. El asaltante, un robusto mocetón —nadie se enfrenta porque sí a otro más fuerte que él— golpea a la víctima, poco importa si es hombre, mujer, niño o anciano, una y otra vez. En un momento dado, la víctima se revuelve y consigue devolver uno de los golpes, quizá en ese lugar que resulta especialmente doloroso para una mitad de la humanidad. Si, a partir de ese momento, usted justifica al agresor… entonces podría llegar a ser presidente de Estados Unidos.. Esa escena callejera, a escala planetaria, es la que se está viviendo en Ucrania desde que, hace unos pocos días, David golpeó a Goliat. La destrucción de un puñado de bombarderos rusos por minúsculos drones de origen comercial ha golpeado a Putin en donde más le duele —quiero decir en su prestigio, no piense mal el lector— pero Trump, una vez más, ha corrido raudo a su lado para ofrecerle comprensión y consuelo. Publicadas sin el menor reproche, las palabras del magnate en Truth Social —»el presidente me dijo, y de forma muy clara, que tendrá que responder al reciente ataque a sus aeropuertos»— equivalen a un cheque en blanco para el dictador. Cheque que ya ha empezado a cobrarse con alguno de los ataques a las ciudades ucranianas más masivos desde el comienzo de la guerra.. Es difícil saber con certeza de qué lado está Trump, si no es del suyo propio. A nadie puede sorprender que el magnate haya pasado por alto que los aviones destruidos eran los que lanzaban buena parte de los misiles que cada noche sembraban la muerte en las calles de las ciudades ucranianas. Lego en geoestrategia, se deja llevar por su instinto de hombre de negocios y, a pesar del consejo de sus aliados, actúa como si todavía creyera que puede llegar a un acuerdo con el dictador ruso. Un acuerdo que, si no al mundo, al menos le beneficie a él.. Que Trump caiga en las trampas que le tiende Putin cada vez que ambos hablan entra dentro de lo normal. Es evidente que el magnate lo está deseando. Lo que sí me parece más difícil de entender es que haya caído en la misma trampa buena parte de la prensa internacional, que califica como «represalias» los recientes bombardeos de objetivos civiles en Kiev y Khárkov. ¿Represalias? ¿Qué cree el mundo que estaba haciendo Putin en los días anteriores a la Operación Telaraña? ¿Qué creen los medios que haría el dictador del Kremlin con los misiles que cada día entrega su industria militar si Ucrania no hubiera destruido algunos de sus aviones? ¿Guardarlos entre algodones o usarlos para ganar la guerra?. No, no se trata de represalias. Los ataques a las ciudades se suceden, antes y después de la Operación Telaraña, con toda la fuerza de que Putin es capaz. La única diferencia —que afortunadamente no es letal— es que Trump ahora ya no se queja de los bombardeos. Probablemente se siente feliz de encontrar un pretexto para no hacerlo. Volvamos a sus propias palabras: «a veces es mejor dejar que los niños se peleen un rato antes de intentar separarlos». Aplique el lector esta frase a la escena del asalto callejero con la que comenzaba este artículo y, probablemente, no tendrá ninguna dificultad en imaginar de qué lado está Trump.
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20MINUTOS.ES – Internacional
Imagine el lector que presencia una agresión en la calle. El asaltante, un robusto mocetón —nadie se enfrenta porque sí a otro más fuerte que él— golpea a la víctima, poco importa si es hombre, mujer, niño o anciano, una y otra vez. En un momento dado, la víctima se revuelve y consigue devolver uno de los golpes, quizá en ese lugar que resulta especialmente doloroso para una mitad de la humanidad. Si, a partir de ese momento, usted justifica al agresor… entonces podría llegar a ser presidente de Estados Unidos.. Esa escena callejera, a escala planetaria, es la que se está viviendo en Ucrania desde que, hace unos pocos días, David golpeó a Goliat. La destrucción de un puñado de bombarderos rusos por minúsculos drones de origen comercial ha golpeado a Putin en donde más le duele —quiero decir en su prestigio, no piense mal el lector— pero Trump, una vez más, ha corrido raudo a su lado para ofrecerle comprensión y consuelo. Publicadas sin el menor reproche, las palabras del magnate en Truth Social —»el presidente me dijo, y de forma muy clara, que tendrá que responder al reciente ataque a sus aeropuertos»— equivalen a un cheque en blanco para el dictador. Cheque que ya ha empezado a cobrarse con alguno de los ataques a las ciudades ucranianas más masivos desde el comienzo de la guerra.. Es difícil saber con certeza de qué lado está Trump, si no es del suyo propio. A nadie puede sorprender que el magnate haya pasado por alto que los aviones destruidos eran los que lanzaban buena parte de los misiles que cada noche sembraban la muerte en las calles de las ciudades ucranianas. Lego en geoestrategia, se deja llevar por su instinto de hombre de negocios y, a pesar del consejo de sus aliados, actúa como si todavía creyera que puede llegar a un acuerdo con el dictador ruso. Un acuerdo que, si no al mundo, al menos le beneficie a él.. Que Trump caiga en las trampas que le tiende Putin cada vez que ambos hablan entra dentro de lo normal. Es evidente que el magnate lo está deseando. Lo que sí me parece más difícil de entender es que haya caído en la misma trampa buena parte de la prensa internacional, que califica como «represalias» los recientes bombardeos de objetivos civiles en Kiev y Khárkov. ¿Represalias? ¿Qué cree el mundo que estaba haciendo Putin en los días anteriores a la Operación Telaraña? ¿Qué creen los medios que haría el dictador del Kremlin con los misiles que cada día entrega su industria militar si Ucrania no hubiera destruido algunos de sus aviones? ¿Guardarlos entre algodones o usarlos para ganar la guerra?. No, no se trata de represalias. Los ataques a las ciudades se suceden, antes y después de la Operación Telaraña, con toda la fuerza de que Putin es capaz. La única diferencia —que afortunadamente no es letal— es que Trump ahora ya no se queja de los bombardeos. Probablemente se siente feliz de encontrar un pretexto para no hacerlo. Volvamos a sus propias palabras: «a veces es mejor dejar que los niños se peleen un rato antes de intentar separarlos». Aplique el lector esta frase a la escena del asalto callejero con la que comenzaba este artículo y, probablemente, no tendrá ninguna dificultad en imaginar de qué lado está Trump.
