Dicen los historiadores que el derecho de pernada nunca existió. Parece lógico. En todas las épocas ha habido abusos de poder, pero algo tan flagrantemente injusto nunca pudo haber sido consagrado por la ley. ¿Nunca dije? Lo que en realidad quise decir es… no antes del Tratado de No Proliferación Nuclear.. Fue en el año 1970 cuando la humanidad, doblegada por el miedo a la destrucción del planeta, se resignó a dar carta de naturaleza a un orden esencialmente injusto. La mayoría de las naciones —pero no todas— aceptaron que solo cinco de ellas —los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU— tendrían derecho a poseer armas nucleares. A cambio, las grandes potencias se comprometieron a «negociar de buena fe» la reducción de sus arsenales y, con el tiempo, llegar al desarme nuclear.. A estas alturas poco debe de quedar de esa buena fe que nos prometieron. El premio a la mayor desfachatez se lo ha ganado Rusia, que exige a Ucrania que renuncie para siempre a las armas nucleares mientras le amenaza con ellas. Nadie ha llegado tan lejos por ese camino, pero otras potencias no le van demasiado a la zaga… y lo peor de todo es que aberraciones como esta ni siquiera ha servido para evitar la proliferación. En las últimas décadas, otros cuatro países se han incorporado al club atómico: India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Algunos más desistieron después de intentarlo —España entre ellos— y otros sueñan con ello o, como es el caso de Irán, están peligrosamente cerca de conseguirlo.. La reacción de la comunidad internacional ante lo que ha ido ocurriendo delante o detrás de los vigilantes ojos del Organismo Internacional de Energía Atómica ha sido dispersa. Podría resumirse en un «desde luego que no… a menos que se trate de mis amigos». Y así, pasito a pasito, hemos llegado a la paradoja ética —que no política— de que sea Israel, dueño de un arsenal nuclear desarrollado en la clandestinidad, el que se crea con derecho a bombardear Irán para evitar que haga lo mismo.. La opinión pública española está muy polarizada frente a Israel. No sé si será efecto o causa de lo que ocurre en el espacio político y mediático. Todos tenemos derecho a una opinión sobre un conflicto tan prolongado y virulento que siempre es posible encontrar momentos que justifiquen cualquier perspectiva. Solo los niños creen en un mundo de buenos y malos… aunque a los mayores tampoco nos cueste demasiado justificar a nuestros amigos.. Conviene, sin embargo, que pongamos las cosas en su sitio: los ataques a Irán que solo acaban de comenzar no están directamente relacionados con la masacre del 7 de octubre. Este es otro capítulo del conflicto, una nueva guerra a la que el propio Netanyahu da el nombre de «preventiva». Israel está dispuesto a sostener por la fuerza un orden injusto —el de un Tratado que Tel Aviv ni siquiera ha suscrito— que le da ventaja y a eso se aplican estos días sus Fuerzas Armadas y sus servicios de inteligencia. A eso y, no seamos ingenuos, a mantener ese estado de guerra que al primer ministro le conviene para mantenerse en el poder.. Alega Netanyahu que el arma nuclear en manos de Irán es una amenaza existencial para Israel y tiene bastante razón. Pero ¿qué pasa con las suyas? Se entiende que su arsenal no amenaza a Irán pero, si es así, si sus armas no le sirven para la disuasión de cualquier otra potencia nuclear, ¿para qué las quiere? Para Netanyahu —y para buena parte de su opinión pública— es la superioridad moral la que justifica tal disimetría. Es el mismo supremacismo que explica la santa indignación de Tel Aviv por la «escalada» que supone la respuesta iraní a sus bombardeos, como si solo ellos tuvieran derecho a definir el nivel en el que se juegan las crisis.. Entienda el lector que me preocupa tanto como al que más el que los clérigos chiíes se doten de armas nucleares. No se me oculta, además, que muchos europeos y norteamericanos ven a Israel como un soldado del Occidente democrático en Oriente Próximo, un centurión que nos protege de la revolución islámica que predicó Jomeini. Sin embargo, lo que quiere imponer Netanyahu es tan injusto que, como el hipotético derecho de pernada, solo puede lograrse por la fuerza. ¿Tiene esa fuerza Israel? ¿Puede su Ejército doblegar a Irán desde el aire? Jamenei no se va a acobardar, pero ¿puede Netanyahu forzar un cambio de régimen en Teherán bajo los efectos de los bombardeos? Mala señal que en todo un año no lo haya conseguido con los hutíes, porque los iraníes —90 millones— son muchos más y, si algo les une, es precisamente el odio a Israel.. Descartada la varita mágica del cambio de régimen, centrémonos en el objetivo declarado de la operación «León Naciente»: el programa nuclear. ¿Puede hacer la Fuerza Aérea Israelí que desaparezcan de los laboratorios de Irán los conocimientos necesarios para construir una bomba atómica? ¿Puede destruir instalaciones de enriquecimiento a decenas de metros de profundidad bajo las montañas? ¿Puede eliminar todo rastro de combustible nuclear de un territorio tan extenso como la suma de España, Francia, Italia y Reino Unido? ¿Puede hacer retroceder el reloj nuclear de un país que ya tiene una central comercial en funcionamiento a orillas del golfo Pérsico, un lugar tan protegido por su estatus que ni siquiera Putin se ha atrevido a bombardear las que tiene Ucrania?. Quizá lo peor del nuevo capítulo del enfrentamiento entre Irán e Israel sea la inutilidad de la sangre que se va a derramar. Como el propio Tratado de No Proliferación Nuclear, la campaña de Netanyahu está destinada a fracasar. La fuerza, sola, rara vez soluciona los problemas de forma permanente. Al contrario, abre nuevas heridas que darán razones a unos y otros para seguir en sus trece… y que darán poder a los Netanyahu y a los Jamenei para que, cada uno a su manera, puedan disfrutar a costa de sus pueblos de ese derecho de pernada que nunca existió. ¿O sí?
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Dicen los historiadores que el derecho de pernada nunca existió. Parece lógico. En todas las épocas ha habido abusos de poder, pero algo tan flagrantemente injusto nunca pudo haber sido consagrado por la ley. ¿Nunca dije? Lo que en realidad quise decir es… no antes del Tratado de No Proliferación Nuclear.. Fue en el año 1970 cuando la humanidad, doblegada por el miedo a la destrucción del planeta, se resignó a dar carta de naturaleza a un orden esencialmente injusto. La mayoría de las naciones —pero no todas— aceptaron que solo cinco de ellas —los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU— tendrían derecho a poseer armas nucleares. A cambio, las grandes potencias se comprometieron a «negociar de buena fe» la reducción de sus arsenales y, con el tiempo, llegar al desarme nuclear.. A estas alturas poco debe de quedar de esa buena fe que nos prometieron. El premio a la mayor desfachatez se lo ha ganado Rusia, que exige a Ucrania que renuncie para siempre a las armas nucleares mientras le amenaza con ellas. Nadie ha llegado tan lejos por ese camino, pero otras potencias no le van demasiado a la zaga… y lo peor de todo es que aberraciones como esta ni siquiera ha servido para evitar la proliferación. En las últimas décadas, otros cuatro países se han incorporado al club atómico: India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Algunos más desistieron después de intentarlo —España entre ellos— y otros sueñan con ello o, como es el caso de Irán, están peligrosamente cerca de conseguirlo.. La reacción de la comunidad internacional ante lo que ha ido ocurriendo delante o detrás de los vigilantes ojos del Organismo Internacional de Energía Atómica ha sido dispersa. Podría resumirse en un «desde luego que no… a menos que se trate de mis amigos». Y así, pasito a pasito, hemos llegado a la paradoja ética —que no política— de que sea Israel, dueño de un arsenal nuclear desarrollado en la clandestinidad, el que se crea con derecho a bombardear Irán para evitar que haga lo mismo.. La opinión pública española está muy polarizada frente a Israel. No sé si será efecto o causa de lo que ocurre en el espacio político y mediático. Todos tenemos derecho a una opinión sobre un conflicto tan prolongado y virulento que siempre es posible encontrar momentos que justifiquen cualquier perspectiva. Solo los niños creen en un mundo de buenos y malos… aunque a los mayores tampoco nos cueste demasiado justificar a nuestros amigos.. Conviene, sin embargo, que pongamos las cosas en su sitio: los ataques a Irán que solo acaban de comenzar no están directamente relacionados con la masacre del 7 de octubre. Este es otro capítulo del conflicto, una nueva guerra a la que el propio Netanyahu da el nombre de «preventiva». Israel está dispuesto a sostener por la fuerza un orden injusto —el de un Tratado que Tel Aviv ni siquiera ha suscrito— que le da ventaja y a eso se aplican estos días sus Fuerzas Armadas y sus servicios de inteligencia. A eso y, no seamos ingenuos, a mantener ese estado de guerra que al primer ministro le conviene para mantenerse en el poder.. Alega Netanyahu que el arma nuclear en manos de Irán es una amenaza existencial para Israel y tiene bastante razón. Pero ¿qué pasa con las suyas? Se entiende que su arsenal no amenaza a Irán pero, si es así, si sus armas no le sirven para la disuasión de cualquier otra potencia nuclear, ¿para qué las quiere? Para Netanyahu —y para buena parte de su opinión pública— es la superioridad moral la que justifica tal disimetría. Es el mismo supremacismo que explica la santa indignación de Tel Aviv por la «escalada» que supone la respuesta iraní a sus bombardeos, como si solo ellos tuvieran derecho a definir el nivel en el que se juegan las crisis.. Entienda el lector que me preocupa tanto como al que más el que los clérigos chiíes se doten de armas nucleares. No se me oculta, además, que muchos europeos y norteamericanos ven a Israel como un soldado del Occidente democrático en Oriente Próximo, un centurión que nos protege de la revolución islámica que predicó Jomeini. Sin embargo, lo que quiere imponer Netanyahu es tan injusto que, como el hipotético derecho de pernada, solo puede lograrse por la fuerza. ¿Tiene esa fuerza Israel? ¿Puede su Ejército doblegar a Irán desde el aire? Jamenei no se va a acobardar, pero ¿puede Netanyahu forzar un cambio de régimen en Teherán bajo los efectos de los bombardeos? Mala señal que en todo un año no lo haya conseguido con los hutíes, porque los iraníes —90 millones— son muchos más y, si algo les une, es precisamente el odio a Israel.. Descartada la varita mágica del cambio de régimen, centrémonos en el objetivo declarado de la operación «León Naciente»: el programa nuclear. ¿Puede hacer la Fuerza Aérea Israelí que desaparezcan de los laboratorios de Irán los conocimientos necesarios para construir una bomba atómica? ¿Puede destruir instalaciones de enriquecimiento a decenas de metros de profundidad bajo las montañas? ¿Puede eliminar todo rastro de combustible nuclear de un territorio tan extenso como la suma de España, Francia, Italia y Reino Unido? ¿Puede hacer retroceder el reloj nuclear de un país que ya tiene una central comercial en funcionamiento a orillas del golfo Pérsico, un lugar tan protegido por su estatus que ni siquiera Putin se ha atrevido a bombardear las que tiene Ucrania?. Quizá lo peor del nuevo capítulo del enfrentamiento entre Irán e Israel sea la inutilidad de la sangre que se va a derramar. Como el propio Tratado de No Proliferación Nuclear, la campaña de Netanyahu está destinada a fracasar. La fuerza, sola, rara vez soluciona los problemas de forma permanente. Al contrario, abre nuevas heridas que darán razones a unos y otros para seguir en sus trece… y que darán poder a los Netanyahu y a los Jamenei para que, cada uno a su manera, puedan disfrutar a costa de sus pueblos de ese derecho de pernada que nunca existió. ¿O sí?