La guerra abierta entre Israel e Irán, desatada el pasado 13 de junio con la operación aérea León Ascendente y la respuesta iraní con misiles y drones, no es solo un choque militar: es el oxígeno político que mantiene vivos a los regímenes de Jerusalén y Teherán. Ambos gobiernos, asediados por crisis internas, han encontrado en este conflicto un instrumento para reforzar su legitimidad, unificar a sus sociedades fracturadas y aplazar la rendición de cuentas. Benjamin Netanyahu, acosado por protestas, acusaciones de corrupción y la polarización desatada por sus políticas, ha convertido la amenaza iraní en el pilar de su supervivencia. La operación León Ascendente, que destruyó partes del complejo nuclear de Natanz y eliminó a figuras clave como Hossein Salami, se presenta como un golpe decisivo contra un Irán supuestamente al borde de la bomba atómica, una narrativa cuestionada por expertos, pero efectiva para galvanizar a su base ultranacionalista. La muerte de al menos 13 civiles, y los más de 200 heridos tras los misiles iraníes, lejos de debilitarlo, refuerzan su discurso de líder indispensable. La promesa de que «Teherán pagará un precio histórico» no solo responde a la presión de su coalición, sino que silencia, por ahora, las voces que piden un cambio político interno.. El régimen de Alí Jamenei, tambaleante tras años de sanciones, protestas sociales y por la pérdida de aliados como Hezbolá y Assad, respira a través de la misma lógica belicista. La operación Promesa Verdadera III, con más de 100 misiles y drones lanzados contra el norte de Israel y Tel Aviv, es una demostración de fuerza destinada a reavivar el fervor revolucionario y desviar la atención de una economía en ruinas. Las más de 200 muertes, particularmente de científicos y destacados militares, y los daños a infraestructuras críticas como el depósito de Shahran, alimentan la retórica de resistencia frente al «enemigo sionista». Para los ayatolás, este conflicto es un salvavidas que justifica la represión interna y cohesiona a una población agotada, aunque el riesgo de un colapso económico crece con cada ataque.. Israel e Irán se necesitan como enemigos perfectos. Los ataques iraníes, interceptados en su mayoría por el escudo antimisiles con apoyo estadounidense, y los bombardeos selectivos de Israel muestran todavía una contención táctica. Pero las muertes de civiles en ambos lados elevan la presión para una escalada mayor. La comunidad internacional, dividida, es incapaz de frenar esta danza mortal. Netanyahu y Jamenei, alimentados por el oxígeno político de esta guerra, saben que una confrontación total en la región sería devastadora. Ahora bien, la lógica de no parecer débiles los empuja hacia el abismo.
La guerra abierta entre Israel e Irán, desatada el pasado 13 de junio con la operación aérea León Ascendente y la respuesta iraní con misiles y drones,…
20MINUTOS.ES – Internacional
La guerra abierta entre Israel e Irán, desatada el pasado 13 de junio con la operación aérea León Ascendente y la respuesta iraní con misiles y drones, no es solo un choque militar: es el oxígeno político que mantiene vivos a los regímenes de Jerusalén y Teherán. Ambos gobiernos, asediados por crisis internas, han encontrado en este conflicto un instrumento para reforzar su legitimidad, unificar a sus sociedades fracturadas y aplazar la rendición de cuentas. Benjamin Netanyahu, acosado por protestas, acusaciones de corrupción y la polarización desatada por sus políticas, ha convertido la amenaza iraní en el pilar de su supervivencia. La operación León Ascendente, que destruyó partes del complejo nuclear de Natanz y eliminó a figuras clave como Hossein Salami, se presenta como un golpe decisivo contra un Irán supuestamente al borde de la bomba atómica, una narrativa cuestionada por expertos, pero efectiva para galvanizar a su base ultranacionalista. La muerte de al menos 13 civiles, y los más de 200 heridos tras los misiles iraníes, lejos de debilitarlo, refuerzan su discurso de líder indispensable. La promesa de que «Teherán pagará un precio histórico» no solo responde a la presión de su coalición, sino que silencia, por ahora, las voces que piden un cambio político interno.. El régimen de Alí Jamenei, tambaleante tras años de sanciones, protestas sociales y por la pérdida de aliados como Hezbolá y Assad, respira a través de la misma lógica belicista. La operación Promesa Verdadera III, con más de 100 misiles y drones lanzados contra el norte de Israel y Tel Aviv, es una demostración de fuerza destinada a reavivar el fervor revolucionario y desviar la atención de una economía en ruinas. Las más de 200 muertes, particularmente de científicos y destacados militares, y los daños a infraestructuras críticas como el depósito de Shahran, alimentan la retórica de resistencia frente al «enemigo sionista». Para los ayatolás, este conflicto es un salvavidas que justifica la represión interna y cohesiona a una población agotada, aunque el riesgo de un colapso económico crece con cada ataque.. Israel e Irán se necesitan como enemigos perfectos. Los ataques iraníes, interceptados en su mayoría por el escudo antimisiles con apoyo estadounidense, y los bombardeos selectivos de Israel muestran todavía una contención táctica. Pero las muertes de civiles en ambos lados elevan la presión para una escalada mayor. La comunidad internacional, dividida, es incapaz de frenar esta danza mortal. Netanyahu y Jamenei, alimentados por el oxígeno político de esta guerra, saben que una confrontación total en la región sería devastadora. Ahora bien, la lógica de no parecer débiles los empuja hacia el abismo.