Donald Trump ha encontrado su juego favorito con los aranceles. Es lo más parecido al mus que cabe imaginar. Según sus cartas y su intuición envida a la grande, desprecia la chica, pasa a los pares para acabar echando un órdago cuando consigue la treinta y uno y es mano. Él lo hace en función de los adversarios, a los que trata más como enemigos de guerra que como compañeros de partida, y cuando se muestran las cartas y pierde se encoleriza y hasta se levanta dando un golpe en la mesa.. El baile de los aranceles que se trae entre manos desde hace unas semanas es su partida para desestabilizar a los países que odia a los que maneja como un divertimento con el que cultiva la vanidad que sólo algunos le estimulan. Con los aranceles para arriba y para abajo tiene sin vivir en sí a muchos gobiernos, empresarios y sobe todo a los mercados de valores que suben y bajan cuando a él le peta. Sabe como hacerlo y le gusta.. Cabe imaginarle riéndose en el despacho oval por las tardes cuando le pasan las cotizaciones en Wall Street, el Nasdap o los mercados asiáticos que son los que más le estimulan sus ansias de venganza. Todas están en su mano, sube los aranceles del acero y algunos negocios que quiere castigar se hunden, baja los aranceles del cobre y los propietarios de las minas se frotan las manos. Es deplorable que la economía mundial, después de haber estado próxima a la globalización, ahora haya caído en la diversión de un personaje esperpéntico.. Y eso no es lo peor, la mayor incertidumbre que crea son los más de tres años y medio que le quedan en la Casa Blanca arbitrando la paz o la guerra entre todos. Trump es una desgracia de esas a las que siempre estamos expuestos aunque la democracia nos lo deje en las manos como votantes a menudo sin detenernos a pensar. Tener la supremacía atómica no es una garantía, mientras el maletín con las claves para hacer estallar las bombas esté en manos de Trump se multiplica su peligro.
Donald Trump ha encontrado su juego favorito con los aranceles. Es lo más parecido al mus que cabe imaginar. Según sus cartas y su intuición envida a la grande, desprecia la chica, pasa a los pares para acabar echando un órdago cuando consigue la treinta y uno y es mano. El lo hace en función de los adversarios, a los que trata más como enemigos de guerra que como compañeros de partida, y cuando se muestran las cartas y pierde se encoleriza y hasta se levanta dando un golpe en la mesa.
20MINUTOS.ES – Internacional
Donald Trump ha encontrado su juego favorito con los aranceles. Es lo más parecido al mus que cabe imaginar. Según sus cartas y su intuición envida a la grande, desprecia la chica, pasa a los pares para acabar echando un órdago cuando consigue la treinta y uno y es mano. Él lo hace en función de los adversarios, a los que trata más como enemigos de guerra que como compañeros de partida, y cuando se muestran las cartas y pierde se encoleriza y hasta se levanta dando un golpe en la mesa.. El baile de los aranceles que se trae entre manos desde hace unas semanas es su partida para desestabilizar a los países que odia a los que maneja como un divertimento con el que cultiva la vanidad que sólo algunos le estimulan. Con los aranceles para arriba y para abajo tiene sin vivir en sí a muchos gobiernos, empresarios y sobe todo a los mercados de valores que suben y bajan cuando a él le peta. Sabe como hacerlo y le gusta.. Cabe imaginarle riéndose en el despacho oval por las tardes cuando le pasan las cotizaciones en Wall Street, el Nasdap o los mercados asiáticos que son los que más le estimulan sus ansias de venganza. Todas están en su mano, sube los aranceles del acero y algunos negocios que quiere castigar se hunden, baja los aranceles del cobre y los propietarios de las minas se frotan las manos. Es deplorable que la economía mundial, después de haber estado próxima a la globalización, ahora haya caído en la diversión de un personaje esperpéntico.. Y eso no es lo peor, la mayor incertidumbre que crea son los más de tres años y medio que le quedan en la Casa Blanca arbitrando la paz o la guerra entre todos. Trump es una desgracia de esas a las que siempre estamos expuestos aunque la democracia nos lo deje en las manos como votantes a menudo sin detenernos a pensar. Tener la supremacía atómica no es una garantía, mientras el maletín con las claves para hacer estallar las bombas esté en manos de Trump se multiplica su peligro.